miércoles, 18 de enero de 2023

Sierra de la Torrecilla. Ventas de Zafarraya

ASCENSIÓN Y TRAVESIA DE LA SIERRA DE LA TORRECILLA (Ventas de Zafarraya, Granada) He cruzado en multitud de ocasiones el polje o los llanos de Zafarraya, ya desde el puerto de los Alazores, ya por el Boquete de Zafarraya, en dirección a Alhama de Granada o viniendo de esta población y siempre, siempre me ha llamado la atención esta montaña. Montaña humilde en medio de estas vastas llanuras sembradas de hortalizas, o bien, según le toque a cada parcela, en barbecho. No deja de ser un mogote de roca calcárea, una “chincheta” en medios de estas llanuras, pero de una atracción poderosísima. Es una montaña cuasi perfecta, emerge de una llanura y remata su redondez elíptica a 1.328 metros de altitud, allí donde la señal cilíndrica geodésica y la caseta - observatorio de la prevención de incendios que existe en su cima marcan su cúspide. Contemplar desde aquella altura toda la extensión de este accidente geomorfológico es extraordinario, desde esta atalaya se descubre, a vista de pájaro, todo el polje de Zafarraya. Y llegó el día en el que me dispuse a visitar, de nuevo, los llanos de Zafarraya e intentar, por segunda vez, la ascensión a esa montaña de la Torrecilla. Recuerdo que la anterior vez que lo intenté todo quedó en eso, en un vano intento, un sinfín de veredas, que la mayor parte se perdían en medio de la espesura del matorral de monte bajo y de vallas, tanto de las denominadas “cinegéticas” y de las otras de alambre de púas me persuadieron de seguir con mi intento de ascender a esa montaña, así acabé en la venta de la Alcaicería con un vaso de vino mosto de la Contraviesa pegado al calor de la gran chimenea que tienen allí, pues en estas tierras, en invierno, hace un frio que pela. Pero ahora iba a ser distinto; un planteamiento nuevo, unas consultas a internet y un estudio de la hoja catastral a 1:25.000 del Mapa Topográfico Nacional, hoja 1040-I, correspondiente a la hoja de Zafarraya, me permitieron trazar una nueva vía de ascensión a la montaña: dejaría el coche junto al cortijo de la O, desde allí y siguiendo, más o menos los mojones que delimitaban los términos municipales de Zafarraya y Alhama de Granada me llevarían a la cumbre de la montaña. Salí de Málaga temprano, por la autovía de Almería hasta Vélez Málaga y desde allí por la carretera de Alhama de Granada, hasta el Boquete de Zafarraya donde está la población de las Ventas. Pasado el pantano de la Viñuela, cada vez más seco por mor de la pertinaz sequía y de los excesos de regadíos de los productos subtropicales que se han multiplicado hasta la saciedad por estas montañas y campos, otrora plantadas de olivos, almendros y algunas que otras cepas de vides está en un estado de casi seco total, lo nunca visto al decir de algunas personas con las que tuve ocasión de hablar en una de las paradas que realicé para tomar café en el cruce de la carretera de Riogordo. Al poco de continuar comienzan las cuestas, no en vano vamos desde el nivel del más hasta cerca de los mil metros en que se encuentra el “Boquete”. En una de estas revueltas se pueden ver, a la izquierda, lo que queda del castillo de Salia, apenas un lienzo de muralla y dos torres que si alguien no lo remedia tienen los días contados. El castillo se cree que es de origen fenicio, y más tarde reconstruido habitado por los árabes y reconquistado por los Reyes Católicos en 1485. A la derecha, al otro lado del valle del río Cárdenas se alza la población de Alcaucín en las faldas de sierra Tejeda. Carretera arriba se pasa ahora por denominados “Caracolillos” una serie de curvas muy cerradas que remontan el valle, dejando a la izquierda los grandes desniveles de la Mesa de Zalia, “la Ofiusa malagueña”, tal como la denominó el abogado e investigador malagueño Manuel Laza Palacios, se cree que en la gran explanada de su cima estaba la población de Zalia, que fue castigada con una plaga de serpientes por negarse sus habitantes a dar cobijo a un obispo y a su corte que venían de Granada camino de Málaga, desde entonces la leyenda la cita como “Zalia, la ciudad maldita”. Hasta que una recta me acerca hasta el collado o puerto que da paso a los llanos de Zafarraya, a través de su famoso Boquete de Zafarraya. Llegado al puerto, que se alza a 910 metros de altitud, entre las moles del cerro de las Cuevas al oeste y el cerro Morrón de la Cuna hacia el este, este paso fue llamado en la antigüedad Las Puertas de Zalia. Paso por debajo del puente que delimita las provincias de Málaga y Granada, por el cual pasaba el tren de cremallera procedente de Málaga y término en las ventas de Zafarraya. Esto me hace recordar viejas lecturas de los viajeros románticos del siglo XIX, como el realizado por Gustavo Doré y Charles Davillier en 1862 en su “Viaje por España. Por tierras de romances y bandoleros”: “… pero cuando empezamos a trepar por las pendientes de la sierra Tejeda, el camino se iba haciendo cada vez más odioso y abominable. Nuestras mulas hacían a cada paso verdaderos prodigios de equilibrio, rodando de vez en cuando en medio de montones de piedras de todas las formas y tamaños y negándose algunas veces a avanzar, como si se hubiesen propuesto justificar su proverbial reputación.” La antigua vía del ferrocarril ahora es una pista que recorren los excursionistas. Por aquí y remontando la pendiente sur de la mole recosa de la vertiente oeste del Boquete, se llega a las cuevas de que allí existen, destacando la denominada “Cueva de Zafarraya” donde se han encontrado restos óseos de homo neandertalensis, de una antigüedad estimada en unos 35.000 años, destacando una mandíbula inferior en perfecto estado de conservación. Atravesé toda la población de Las ventas hasta el kilómetro 51 para seguir por la carreterita local A-4155 en dirección norte, que bordeando toda la montaña llega a Alhama de Granada por la que también se la conocía como “Vereda a Fuente Pilas”. Aparqué, como ya ha quedado dicho, en el cortijo de la O, cerca de la linde de las poblaciones granadinas de Alhama de Granada y Zafarraya, cuidando de no entorpecer el paso a un depósito cercado al cortijo. Me calcé mis viejas botas de montaña, cuyas suelas y estado general están pidiendo urgente relevo, metí en mi mochila agua y algo de comida, así como el mapa de la zona; mapa de papel, de los de siempre. Aún no me hago a las nuevas tecnologías de gps y otros artefactos modernos y comencé el penoso ascenso a la montaña. Este transcurría por un terreno muy difícil, se trataba de una zona muy karstificada y las pocas veredas que adivinaba pasaban por un lapiaz cuyas rocas, más parecidas a cuchillos, amenazaban una y otra vez con hacerme perder el equilibrio. Hubo algunos momentos que casi los consiguen, gracias a mis bastones, los cuales ya no me pueden faltar en estas salidas a la montaña, lograba recuperar la verticalidad. Me encontré con una valla, pero mirando un poco, descubrí una especie de puerta. La abrí y tras cruzarla la volví a cerrar, y la dejé tal como me la encontré. La subida se fue haciendo más y más tortuosa, ya no tanto por el terreno por donde pisaba, sino por el gran desnivel que la pendiente de la montaña iba adquiriendo, pero poco a poco iba superando aquellas empinadas cuestas hasta llegar a un tramo un poco más amable, la pendiente se suavizaba algo dando un respiro a las piernas y sobre todo a mis castigadas rodillas. Un breve descenso y de nuevo se empina la ladera de aquella montaña, llegando a una especie de arista dónde sobresalían algunas peñas verticales y algunas raquíticas encinas. Aquí el terreno se aplaca un poco, pero por corto trayecto, la alegría dura poco. En un centenar de metros el camino vuelve al desnivel del principio, aunque más fatigoso, el lapiaz se afila aún más si cabe, dar dos pasos seguidos es complicado y se hace muy lentamente si no quiero torcerme un pie o algo peor: “cascarme” una rodilla. Otro promontorio y ya parece que la cumbre está cerca, a la vista, allá al fondo y sobre un promontorio se ve una caseta de ladrillos y metal con grandes ventanales. ¡Por fin la cumbre! La tan deseada cumbre. Pero aún debo saltar una alambrada ¿otra? Para pasar dentro de la zona donde se encuentra la caseta de vigilancia, me cuelo en el recinto vallado de la zona de observación. Abro la puerta que solo está protegida por un pestillo y me meto en ella. Aquí la temperatura sube exponencialmente, del frio del exterior que es de ocho grados, a aquí dentro que sube a catorce. Es una estación de vigilancia contraincendios, dotada de radio de comunicaciones o por lo menos así se ven los dispositivos para conectar alguna radio. La vista que se alcanza justifica plenamente la existencia de este puesto: toda la masa forestal de las vertientes norte de las sierras de Tejeda, Alhama y parte de la de Almijara, queda controlada desde aquí. He cumplido mi sueño de subir a esta montaña que tanto me atraía desde que la vi por primera vez, y ha merecido la pena. Las vistas son excepcionales y el paisaje es de esos que se te meten dentro y son difíciles de olvidar. Mira que esta montaña, tan pequeñita y aparentemente tan insignificante no parece tener la esbeltez y la altitud de otras de su entorno y menos estando frente a los más de 2.000 metros de la sierra Tejeda, pero a mí siempre me ha llamado la atención y hoy por fin puedo escribir esto desde su cumbre, sentado en una silla y apoyado en una mesa que es el mobiliario del puesto de vigilancia. También hay una chimenea, que se ha de agradecer en los días mas duros del invierno. La mesa y la silla se ve que han tenido días mejores, las pobres presentan un estado que deja mucho que desear, aunque el peso de una persona aún lo aguantan bien. En la chimenea hay restos de troncos quemados, alguien se calentaría con ellos, fuera, hay más leña para combatir los días más fríos. Reviso los ventanales y veo que una de las ventanas no cierra bien y no quiero dejarla así, pues en caso de lluvia, si esta llega, podría anegar todo el interior de la edificación, así que la reparo y la dejo bien cerrada. Me quito la chaqueta de montaña y me quedo en camisa, la temperatura aquí dentro es muy agradable, la silla, la mesa y el grandioso paisaje que se ve desde los ventanales es impresionante. Esta sierra del cerro de la Torrecilla se alza como una isla geológica en medio del gran polje de Zafarraya, de blancas calizas pisolíticas de época liásica del periodo jurásico perteneciente a la Unidad de Zafarraya. El karst lo compone un incipiente lapiaz cuya erosión dificulta sobremanera el caminar por esta montaña, pero la travesía, para llegar a su cumbre, compensa enormemente las dificultades que tiene caminar por estos terrenos. Como digo, el panorama que se observa desde aquí es espectacular, abarca una vista de 360º. En los propios cristales de los ventanales, escrito en tinta roja, los accidentes y cotas más importantes que se divisan desde este portentoso otero. Al fondo, al sur y oeste el enorme e importante, para la economía local, polje de Zafarraya, al suroeste La Torca de 1.500 metros, máxima altitud de la sierra de Alhama; a su lado, hacia el este La Umbría, de 1.325 metros, el puerto del Boquete de Zafarraya, frontera entre las provincias de Málaga y Granada, en la otra vertiente del Boquete se alza el Morrón de la Cuna y más allá la portentosa mole de la sierra de Tejeda con su coloso Maroma, techo de la provincia de Málaga y cierra la vista por el este las Tierras de Alhama. Hacia el noroeste destacan las sierras de Loja y Gorda con el cerro de Santa Lucía como máxima altitud de estas sierras, sobrepasando los mil seiscientos metros de altitud. En definitiva, el paisaje es grandioso, no me lo esperaba así, sin duda merece la pena el sufrimiento pasado de tanto sortear rocas afiladas del lapiaz, localizando veredas, que, dicho sea de paso, algunas se localizaban muy bien pues el ganado, a su paso, va dejando un rastro de tierras removidas muy fácil de seguir. Ya he dado cuenta de las viandas que llevaba, he descansado lo suficiente y me dispongo a salir de esta “burbuja” observatorio; antes, me he asegurado que la ventana que estaba algo estropeada quedara bien cerrada para evitar que entre el agua ¡cuando llueva! Salgo y cierro la puerta con su pestillo, encuentro en la valla una parte abatible, una puerta atada con cuerdas, esta esta en el lado este de la caseta y yo entre a esta zona por el oeste, siéndome imposible franquear el tajo que se abre hacia el sur, y la parte norte está protegida por una doble valla que no sé dónde puede terminar. Ahora la salida es mas fácil: los mismo que abrí la puerta la vuelvo a dejar bien cerrada. Me encamino hacia el cilindro del punto geodésico que está como a unos 150 metros de la caseta, llegar a él me ha costado, pues he tenido que sortear numerosas lajas calcáreas verticales que hacen muy difícil caminar por esta superficie. Hago algunas fotos y desde esta atalaya estudio el terreno para iniciar el descenso. Veo, allá abajo, hacia el este, como sobre un pequeño otero sobresale un punto blanco, es sin lugar a dudas un vehículo con el que habrán subido para algo. Me imagino que será de algún guarda o de algún excursionista que se ha aventurado a subir hasta donde está. Hay un carril que desciende desde la propia cumbre, me imagino que lo construirían para que el personal encargado accediera al punto de vigilancia de la cima pudiera subir con un vehículo todoterreno. Aprovecho la pista, que en este sitio se ve bastante en buen estado. Lo sigo para descender de la montaña, esta baja haciendo numerosos “zigzag” para superar las pendientes del monte. Ahora, más abajo descubro que el carril no estaba también como lo había visto al principio, este se presenta, en algunos tramos intransitable. No me imagino un vehículo, por mucho todo terreno convencional que sea, subiendo por este pedregal en que se ha convertido la pista. Hay muchos surcos originados por la erosión de antiguas escorrentías y grandes agujeros que se me hace difícil entender el paso de vehículo a motor por este sitio, según el estado de la pista parece ser que hace años que no se sube en coche al puesto de vigilancia de la cumbre. Dejo atrás las duras e intransitables curvas del carril y ahora el terreno se aplana un poco, llega a la horizontal y la marcha se hace más amable, este sitio, según mi mapa se denomina Collado del cortijo de Bacarra, sin duda haciendo alusión a unas ruinas de un cortijo que he visto a la izquierda del carril. Después de un rato de caminata, descubro sobre un pequeño cerro una cruz metálica, sin duda este es el nombrado Cerrillo de la Cruz, que aparece en mi hoja catastral y como a unos 200 metros sobre el lapiaz descubro, sorprendido, una furgoneta de color blanco. Me acerco a ella pues no doy crédito, ni me puedo imaginar como ha llegado a este lugar. El terreno es muy pedregoso, ya he dicho que estoy en medio de un lapiaz, no hay carriles ni caminos a más de 300 metros a la redonda del vehículo por lo que difícilmente puedo entender como ha llegado aquí este vehículo. El estado que presenta es lamentable, está abollada y le falta el motor, sin embargo, conserva intactos todos sus cristales, tanto los de las puertas como el parabrisas. En la parte trasera conserva la placa de la matrícula, esta deja ver las letras “MA”, que pertenece a Málaga, los números son apenas legibles y la letra de serie es la “C” por lo que sería una furgoneta matriculada en Málaga en el año 1973. Me asomo al interior y puedo ver un colchón en muy mala condiciones. Seguro que la furgoneta se ha utilizado de refugio alguna vez. Hago unas cuantas fotos y abandono este cerrete donde están la cruz y la furgoneta abandonada con la duda de cómo ha podido llegar hasta aquí, a casi mil metros de altitud, este vehículo. Desde un otero escudriño el paisaje para estudiar qué camino tomar, pues no me quiero desplazar demasiado hacia el este, pues para volver hasta donde tengo el coche me costaría una buena caminata de vuelta, que ya de por sí me va a costar, pues la cumbre se ha quedado muy al oeste de donde me encuentro desde que comencé el ascenso de esta montaña. Descubro una vaguada, donde aparecen unas rodadas de vehículos y que toman la dirección que quiero seguir, al menos durante algún trecho. Esto hace el camino muy cómodo de seguir pues no me afecta nada el matorral de monte bajo que a esta altura de la montaña abunda por todos lados… Pero ¡ay! Mi alegría se disipa en cuanto observo que esas rodaduras que vengo siguiendo se dirigen demasiado hacía el este, justo a donde no quiero ir. Así que me aventuro a seguir la dirección sur que llevaba, aunque esto significaba meterme de lleno en el matorral de romeros, jaguarzos, lentiscos, tomillos y las temibles aulagas unidos al porte bajo de las ramas de las encinas hace del camino un suplicio; pero que la vamos a hacer: esto es parte de la montaña y así debe ser. ¿Quién ha dicho que el subir montañas era fácil? A la penosidad de ir esquivando matorral y ramas de encina se une un nuevo contratiempo: una valla metálica, una alambrada ¿otra? Sí señor otra y van… ¿Quién dijo aquello de ponerle puertas al campo? Pues bien, el campo tiene puertas y cada vez más. Aunque puertas, lo que se dice puertas tiene pocas, lo que más abunda son la vallas, las hay de todo tipo: las llamadas “cinegéticas”, de alambre de espino -estas son las peores de cruzar- y los denominados “pastores eléctricos”. En fin, que sí, que sí le han puesto puertas al campo y vallas, muchas vallas. Como digo, sigo la alambrada para localizar un sitio, o algún resquicio para poder pasarla, ya que puerta no veo por parte alguna, esto me lleva a seguir avanzando hacia el oeste. Voy avanzando por en medio del matorral que se va turnando entre las punzantes aulagas y los altos tallos de los matagallos o jaguarzos, sorteando, así mismo, las ramas bajeras de las encinas. Veo que me encuentro en la vertical, justo debajo de la mismísima cumbre de la Torrecilla en medio de una vaguada y es aquí donde descubro que la valla está rendida, sin duda por el paso de alguien que como yo iba buscando saltarla. Con cuidado obligo al alambre hacia abajo, paso una pierna y después la otra, no sin trabajo, logro pasar al otro lado. Sigo ahora en dirección sur por la vaguada en medio de un bosque de encinas y monte bajo resecado por la pertinaz sequía que estamos sufriendo lo que me dificulta la marcha al estar tan resecos los tallos de las aulagas, los romeros y los jaguarzos. Ya en esta época del año este bosque debería estar húmedo y el suelo tapizado de verde hierba, pero la realidad es que el terreno está sumamente reseco y no se aprecia el menor brote verde por ningún lado. No es normal como está la montaña en esta época del año. Las aulagas me laceran las piernas, los espinos majoletos tiene las ramas muy bajas y a veces me cuesta pasar por debajo de ellas cuando no tengo posibilidad de rodearlas; otros matorrales como los romeros son más llevaderos y al menos el aroma que desprenden sus hojas me hacen más llevadero la bajada de esta montaña. Por fin se ve algo más cercano el llano, poco a poco voy dejando la montaña y acercándome a las tierras de labor. Una última alambrada ¿otra? me impide el paso, pero esta está muy vencida y medio destruida, se ve que no soy el primero que trata de salir por este sitio. Al otro lado hay muchos tubos de esos de riego por goteo desechados, al saltar la valla me enredo con algunos y no me doy cuenta de un hierro que sobre sale de entre ellos y me hiero en una pierna, menos mal que solo ha sido una herida superficial, sin otras consecuencias que un profundo dolor, que poco a poco va remitiendo. Maldigo una y mil veces las cantidades de vallas, alambres de espinos y la basura de materiales de labor inservibles tirados por cualquier sitio. Por fin llego al llano, a la tierra de labor. Descanso un poco para curarme la pequeña herida de la pierna que me ha causado el hierro de entremedio de los tubos, aprovecho para mirar que camino seguir para regresar a donde dejé el coche esta mañana, pues desde el lugar en que me encuentro se abren varias posibilidades, una de ellas parece un camino que va pegado a la sierra y lleva buena dirección al lugar del cortijo de la O, pero según el mapa que llevo, este parece que se corta y habría que seguir campo a través, quizás por tierra de labor, cosa que ni a mi ni a la gente de estos campos le haría mucha gracia. Así que me decido por una pista que sale completamente recta en dirección sur atravesando tierras de labor, así aprovecho para ver los diferentes cultivos de esta zona, aunque veo que hay numerosas parcelas en barbecho y otras, que se según se aprecia por los numerosos restos que han quedado esparcidos sobre el terreno, recolectaron toda la plantación hace poco, que según los restos que quedan fueron de coliflores, al menos en esta zona. El carril por donde voy caminando recorre unas tierras recién labradas y perpendicular a la montaña que acabo de bajar. Este me lleva a una carreterita, pequeña, pero asfaltada que desemboca a su vez en la C-340, carretera de Ventas de Zafarraya a Alhama de Granada. La carretera se me hace interminable, estoy deseoso de llegar al cruce de las Ventas con la carretera que me lleva al cortijo de la O, donde dejé el coche para comenzar mi ascensión a la montaña. Poco después de este cruce, recuerdo que había un bar, donde hice parada otras veces que pasé por aquí, pero cuando llego al tan ansiado bar, donde tenía intención de descansar y tomarme unas cervezas ¡Ay, mi gozo en un pozo! el bar está cerrado. No tengo más remedio que seguir hasta el comienzo de mi caminata esta mañana. Para llegar a mi coche sigo atravesando tierra de labor, pero ya solo quedan los restos de las cosechas: tomates, coliflores, calabacines y otras hortalizas revueltas con plásticos y cañas que sirvieron para los diferentes soportes y restos de vegetación mustia y seca. Por fin llego al cortijo; inmediatamente me quito las botas y me coloco las zapatillas y mis pies vuelven a resucitar, que alivio siento después de la paliza que me he dado y no solo en la montaña, además del recorrido por las carreteras asfaltadas que ha sido lo que ha machacado sobre manera mis doloridos pies. Ahora sí, ahora ya en el coche me acerco a un bar, el único que encuentro abierto, pues el que había en la gasolinera y que tantas veces había hecho parada, ahora es una tienda. Aparco frente a la entrada del bar que existe cerca del puente donde pasara el tren de las Ventas antaño, en pleno puerto del Boquete y que sirve de “frontera” entre las provincias de Granada y Málaga. Entro en el local, me acomodo en una de las mesas y pido un café. El vaso me calienta las manos y el café las tripas. Que agustito se encuentra uno y que reconfortante son estos momentos después de la paliza dada al cuerpo. Y como al comienzo fue Charles Daviller el que escalaba, junto a sus compañeros hasta el puerto del Boquete de las Ventas de Zafarraya, ahora lo hacía, pero, al contrario, William George Clark en su viaje de 1849 de Granada a Málaga: “Se ponía el sol cuando alcanzamos el puerto, un claro entre montañas, a través del que la carretera desciende haciendo curvas hasta la orilla de la misma mar…” Descanso un rato y de vuelta al llano, siempre se vuelve al llano. En un bar de Las ventas de Zafarraya, provincia de Granada. 22/11/22

viernes, 2 de octubre de 2020

 UNA VISITA REAL AL PANTANO DEL CHORRO



(Entrada IV)

 

Alfonso XIII visita el Pantano y colocación de la última piedra.

 


 

Estación de Gobantes, nueve de la mañana del sábado 21 de mayo de 1921, el día ha amanecido muy nublado y la lluvia hace acto de presencia esporádicamente. Las autoridades que han llegado en convoy especial desde Málaga llevan rato esperando al tren real, trae retraso. Aguantan estoicamente las arrecidas del mal tiempo que se ha presentado esta mañana primaveral, por otro lado raro, tanto mal tiempo en estas fechas. Las casas y los establecimientos públicos y cafés cercanos a la estación se encuentran adornados con flores y plantas, banderitas y mensajes patrióticos. Allí, en los andenes, esperan los regantes del Sindicato Agrícola del Guadalhorce y los invitados a este viaje por tierras del norte de la provincia de Málaga, entre ellos está el alcalde de Málaga Francisco García, el gobernador civil Sr. Salas, el marqués de Larios, el diputado Luis de Armiñán, el obispo de la diócesis Manuel González, el marqués de Sotomayor y el propio Rafael Benjumea, verdadero artífice de estos actos, así como la Banda Municipal de Málaga.


21 de mayo de 1921. Autoridades e invitados esperan al Rey en la estación de Gobantes.

Cerca de los andenes y aparcados en un segundo plano de la estación, se encuentran los vehículos estacionados que han llegado desde Málaga y que han de llevar al Rey, a Benjumea y a parte de la comitiva a la cola del pantano para el recorrido previsto.

A las doce de la mañana apareció, por fin, el tren real. Trae un retraso de unas dos horas sobre el horario previsto. Este retraso se debió a la rotura de una biela en la máquina del expreso ascendente Sevilla-Madrid a la altura de la estación de Vilches[1].

La máquina viene adornada con banderolas y guirnaldas. Tras unos minutos de emocionante silencio la Banda Municipal vibró majestuosa interpretando los sones de la Marcha Real, al acabar la orquesta se dejó sentir la poderosa voz del diputado Luis de Armiñán al gritar: ¡Viva el Rey!

Tríptico de invitación a los actos que se desarrollarían en El Chorro con la visita de Alfonso XIII. Esta era la invitación del alcalde de Málaga Francisco García Almendros. A.M.M.



Es grande el entusiasmo mostrado por los presentes que aguardaban al Rey. Los vítores y las ovaciones resonaba en el espacio. El júbilo invadía a todos y en esa felicidad se unían personalidades y el numeroso público que se había dado cita en la estación de Gobantes esa mañana.

Asoma el Monarca a la puerta del coche real, desciende del tren y seguidamente lo hacen sus acompañantes: el ministro de Fomento Juan Lacierva, el marqués de Viana, el de Villaviciosa y el de Torrenueva de Foronda, Jorge Silvela, el anterior ministro de Fomento Emilio Ortuño, el ingeniero de Caminos Rodolfo Gelabert, periodistas y fotógrafos de Madrid.


En la estación esperan las autoridades e invitados acompañados de la banda de música.

Los bares y cantinas de Gobantes se han decorado en honor del ilustre visitante. Foto: Noticias de Álora.

Después de los saludos de rigor, el Rey es conducido a los automóviles que aguardan al lado del edificio de la estación para partir en dirección a la cola del pantano por la carretera de Ardales. De Gobantes pasan por Peñarrubia y se dirigen a la cola del pantano. Poco antes de llegar a Ardales y cerca del Cerro de la Grajera, en una playa que forma aquí el embalse se ha improvisado un embarcadero, aquí esperan las barcas gasolineras para trasladar a los visitantes a la presa del embalse. Navegan por los más de cinco kilómetros que tiene en esos momentos el agua embalsada y tras la travesía, en la que no ha dejado de llover, arriban en la orilla norte del embalse, cerca del rebasadero y de la casita que Benjumea mandó construir a modo de cantina y economato[2] para los trabajadores del pantano. Desde este punto, la comitiva dirige sus pasos en dirección de la Casa de Administración, que aunque este edificio tiene embarcadero propio, los organizadores han querido traer al Monarca hasta este sitio de la presa para hacer el recorrido a pie y conocer toda esta parte del embalse. Por encima de la Casa de Administración se ha levantado una gran carpa para dar cabida a los numerosos invitados a estos actos, han llegado desde la zona del desembarco por un camino que transcurre por la orilla izquierda, aunque los organizadores se han esmerado en limpiar, adornar y adecuar lo mejor posible para el paso de Su Majestad y sus ilustres acompañantes, la pertinaz lluvia ha convertido casi en un barrizal todo el trayecto.


Alfonso XIII a su llegada a la estación de Gobantes saluda a las autoridades que le aguardaban.


En los alrededores de la carpa montada al efecto de dar cabida a todos los asistentes ya esperan las personas que no han podido acompañar al Monarca y a su séquito. A estos no les ha quedado más remedio que retroceder desde la estación de Gobantes por las vías del tren hasta el apartadero del Coscojal utilizando unos trenes especiales que la compañía de los Andaluces a dispuesto para la ocasión y facilitar el transporte al resto de visitantes. Estos se apean en El Coscojal, allí les espera una especie de trenecito eléctrico o tranvía con varias vagonetas que los operarios llaman "zorrillas" para trasladarlos desde el apartadero al pie de la presa del pantano. Para ello cruzan el puente sobre el río Guadalhorce, al que ya se le ha unido por su derecha el Guadalteba, este puente se llama de la Junta de los Ríos o Puente de los Tres Ríos, porque en él confluyen aparte de los dos ríos expresados anteriormente, el Turón, o lo que deja pasar la presa del pantano, cuya presa está construida sobre el lecho de este último. El recorrido a bordo de este tranvía eléctrico es una delicia, pasa desde la salida del el Coscojal por la orilla izquierda del embalse del Gaitanejo, cruza el mencionado Puente de la Junta de los Ríos, gira a la izquierda, dejando a su derecha las vías que conducen a la cantera donde se ha extraído la mayoría de los bloques de piedra y sillares para la construcción de la presa. Al cruzar este puente y en la parte alta de la pared que delimita las dos direcciones que hemos comentada hay un gran letrero, sobre una flecha con dirección a la izquierda en que se puede leer: "AL PANTANO". El trenecito, pues, gira a la izquierda en la dirección que indica la flecha y el rótulo. El paisaje  que se ofrece a los visitantes es sorprendente, aparte de mostrar en todo su esplendor la cola del nuevo embalse del Gaitanejo, construido poco antes de la presa del pantano del Chorro es impresionante, como a la altura por donde discurre el tranvía eléctrico, este se desliza entre la pared, cortada a pico y donde se ha excavado una plataforma para dar paso a los pequeños convoyes con materiales desde el Coscojal y de las canteras a la presa del pantano y el barranco sobre la superficie de la cola del embalse del Gaitanejo. Tras atravesar unas bóvedas soportadas por unas columnas, de bella factura que parecen aguantar la montaña, se dejan ver los tajos de la vertiente opuesta, en ellos se aprecian varias viviendas de los obreros y lugareños que han aprovechado algunas cuevas y abrigos, abiertas en estos tajos para establecer sus precarios habitáculos, cuyas fachadas resaltan a la vista el color blanco y contrastan con el color oscuro de la roca arenisca donde están situadas. Los viajeros se apean en el puente que cruza el arroyo de la Moneda, y por un camino que sale de este puente remontan a la presa del pantano, cuando llegan a la coronación se quedan embelesados al contemplar el paisaje de un lago rodeado de montañas que a más de uno se le antoja que están en la propia Suiza. A la derecha, al fondo, sobre un cerro ven la carpa que se ha levantado para el acto, un poco más abajo sobresale la bonita casa de la Administración. Por un camino que bordea la orilla norte del embalse con un piso muy embarrado pese a los cuidados que los operarios han puesto en su acondicionamiento, pero que la incesante lluvia no ha dejado de encharcar todo el recorrido. El panorama que se va ofreciendo a los ojos de los visitantes cada vez sorprende más y más. En esta parte de la montaña y lo mismo que en las verticales paredes que existen cerca de la presa, aguas abajo y cola del Gaitanejo, en las verticales rocas se abren unos abrigos y cuevas en sitios inverosímiles que también sirven de viviendas a los obreros.


La lluvia, que no ha dejado de persistir durante toda la mañana, aún con cortos intervalos de escampada, arreciaba por momentos. Sobre las cumbres de las montañas de alrededor se anclan unas nubes grises, oscuras, que siguen anunciando la pertinaz lluvia que los visitantes aguantan estoicamente. Ante el lago que forma el embalse, que semeja a uno suizo y coronando un cerro tras la Casa de Administración se ve la carpa dispuesta para el almuerzo.

Ya toda la comitiva se ha reunido en torno al Monarca que ya se acomoda en la carpa montada exprofeso para dar cabida a todos los invitados. Antes por el camino de la Casa de Administración y bajo la lluvia torrencial que cae en esos momentos don Alfonso va oyendo las explicaciones que Benjumea le va dando amparados bajo el mismo paraguas del ingeniero creador de esta colosal obra.

Por el camino van oyendo los vítores que los obreros, campesinos y gente venidos de las poblaciones cercanas, que no han querido perderse la ocasión de ver al rey en persona, le lanzan al paso de la comitiva:

—¡Viva Alfonso XII! —Grita un obrero, lleno de entusiasmo y apasionamiento.

—XIII, Alfonso XIII —Le rectifica el monarca jovial, que sonríe a Benjumea ante la ocurrencia del obrero.

Y otro, que parece no ser menos que el anterior grita:

—¡Viva don Rafael Benjumeda! —A lo que el ingeniero le corrige:

—Benjumea, Rafael Benjumea. E ingeniero y monarca se cruzan una mirada cómplice y divertida al terminar esta expresión de júbilo por parte de los obreros asistentes.

Han llegado ya a la casa de Administración, en ella Benjumea describe y muestra los planos y demás documentos utilizados para la construcción de semejante obra, el rey queda maravillado con las explicaciones del ingeniero y se congratula del excelente resultado de ellas.

Cuando el rey hubo conocido con todo detalle la obra realizada y la de los canales, aún por construir, para llevar el liquido elemento a toda la cuenca baja del Guadalhorce y que arrancaran desde El Chorro para regar toda esta vasta superficie.

Desde la casa de Administración suben hasta el cerro donde se ha instalado la gran carpa para acoger a todos los invitados. Tomó asiento en la mesa presidencial el rey. A su derecha se sentó el ministro de Fomento Lacierva y a su izquierda el obispo de Málaga Manuel González, seguidos a ambos lados por las altas personalidades que acompañaban al Rey a este acto.

En otras mesas, hasta el número de nueve, tomaron asiento más de doscientos comensales, personalidades representativas de los más altos cargos de la capital de la provincia, autoridades de toda naturaleza, periodistas, escritores y fotógrafos de revistas y diarios de Málaga y Madrid. Acto seguido se arregló el almuerzo servido por la casa Tournié de Madrid que fue de lo más exquisito. El menú estuvo compuesto por capones asados; ensalada mimosa, crema de potaje St. Germain, bomba helada Puerto Rico, pastel de naranja, torta al chéster y numerosas viandas más.



[1] La Libertad, Madrid 22.05.1921

[2] A día de hoy la Cantina sigue funcionando como bar y restaurante.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

 

UNA VISITA REAL AL PANTANO DEL CHORRO

(Entrada III)


El Pantano del Chorro


 

 

Desde 1865 funcionaba el ferrocarril de Córdoba a Málaga. En el tramo de Bobadilla a Álora, la línea férrea atravesaba 16 túneles de los cuales seis horadaban el impresionante desfiladero de los Gaitanes entre las estaciones de Gobantes y El Chorro. Esto supuso un gran avance en las comunicaciones al conectar Málaga y su puerto marítimo con la rica campiña cordobesa y las minas de carbón de Belmez y Espiel, así como el resto de España.

 Más tarde, en 1901, sobre un proyecto inicial del ingeniero de Caminos Leopoldo Werner y Martínez del Campo se decidió llevar a cabo el aprovechamiento de un desnivel existente entre la entrada del río Guadalhorce por el norte al Desfiladero de los Gaitanes y su salida por el sur, para crear la que sería una de las primeras centrales hidroeléctricas de España. Esta central se terminó en 1904 llevando a Málaga el suministro eléctrico que paliaba la escasez de energía que proporcionaban las centrales térmicas existentes hasta la fecha[1].


Autoridades presentes en la inauguración de las obras.
Foto: Archivo Díaz de Escovar. L.U.I 10.01.1915

Este desnivel de cerca de 100 metros, sería aprovechado para traer las aguas desde el Gaitanejo, mediante un canal de 4 kilómetros y a través de todo el desfiladero para precipitarse más tarde, mediante unas tuberías a presión[2], sobre la central eléctrica que ocupaba los terrenos del antiguo molino dónde se instalaron tres grupos de energía eléctrica. Este complejo pasaría a llamarse “Salto del Chorro”. El acueducto que cruza el desfiladero de parte a parte, es la nota más característica del paisaje. Se realizó en 1903 y se debe a Eugenio Ribera, un ingeniero muy admirado por Rafael Benjumea. Fue uno de los primeros puentes realizados con hormigón armado en España, se le dotó de una armadura rígida con objeto de evitar la cimbra[3].



Los obreros perforan taladros en la roca donde introducen los barrenos que harán explotar más tarde como inicio de las obras del Pantano del Chorro
Foto: Archivo Díaz de Escovar.


Como antecedente de la construcción del pantano del Chorro y a consecuencia de las inundaciones de 1907 se crea en Málaga la llamada “División Hidráulica del Sur”. Rafael Benjumea concibió entonces un  proyecto de más altas miras: se trataba de la construcción de un pantano en el río Turón, afluente del Guadalhorce con el fin de fertilizar mediante canales de regadío todo el valle inferior del río. El proyecto inicial fue de Giménez Lombardo y se redactó en agosto de 1913 al amparo de la Ley de Auxilios para Obras Hidráulicas de Julio de 1911. Después de muchas vicisitudes se aprobó el proyecto del Pantano del Chorro en el río Turón por R.O. de 20 de agosto de 1914. Se creó una Junta de Obras que administrase los fondos mixtos, estatales y de los usuarios. Rafael Benjumea Burín quedaba nombrado Ingeniero Director.

Las obras comenzaron en otoño de 1914 y a la inauguración de las mismas acudieron acompañando al ingeniero Rafael Benjumea el ministro de Fomento Javier Ugarte Pagés, el jefe de la Guardia Civil de Málaga señor Porcel, y los periodistas que cubrieron el evento, los señores Navas, Platero y Viana Cárdenas. Los obreros introdujeron unas cargas de explosivos en los barrenos previamente horadados en la roca, haciéndolos estallar momentos después; con esta deflagración se dieron inicio a la obras sirviendo estas explosiones como arranque de las obras del pantano del Chorro.



Primera voladura de rocas en la cerrada donde se construirá la presa del Pantano del Chorro.

Después de las vicisitudes políticas acaecidas en España, en Europa, con la Segunda Guerra Mundial, con las restricciones  de materiales y la escasez de otros productos necesarios para los trabajos, las huelgas y los retrasos en el desarrollo normal de las obras -reducción de la jornada laboral de ocho horas de lunes a sábados incluidas-, y tras siete años de trabajos en el río Turón, cerca de la confluencia de los ríos Guadalhorce y Guadalteba, se levantó la presa del pantano del Chorro, con una capacidad de 80 millones de metros cúbicos de agua, dando por terminadas las obras cuyo colofón lo puso el rey Alfonso XIII con la colocación de la última piedra en la presa.


[1] La central hidroeléctrica del Chorro, en "Un paseo con imágenes por la historia del desfiladero de los Gaitanes", Clemente González, Editorial Ediciones del Genal, Málaga 2015

[2] Los restos de estos tubos, aún se pueden ver, cerca del chalet de Benjumea.

[3] Un redactor de la revista “La Época” narra de la siguiente forma la terminación de las obras con la visita de las autoridades y los artífices de esta: “Los expedicionarios se trasladaron en tren especial al lugar dónde está situada la fábrica. En la entrada del túnel llamado del Chorro, se detuvo el convoy y a pie siguieron los excursionistas hasta el depósito dónde se reciben las aguas del canal. Allí se bendijeron las obras repitiéndose después la ceremonia en la fábrica. La Compañía Hidroeléctrica ha a provechado un desnivel en las aguas del Guadalhorce en el sitio llamado del Gaitán. Allí está la presa, que tiene 19 metros de longitud por siete de altura media. El canal tiene una longitud de 3280 metros de os cuales hay 1200 metros a cielo abierto. El salto tiene 98 metros de altura”.

domingo, 20 de septiembre de 2020

 UNA VISITA REAL AL PANTANO DEL CHORRO (Entrada II)


INTRODUCIÓN 



 

Mucho se ha escrito, y especulado, sobre la visita del rey Alfonso XIII a la inauguración o colocación de la última piedra, como colofón, a la terminación de las obras de la presa del pantano del Chorro, conocido desde 1953 como embalse del Conde de Guadalhorce y su posterior paso por los Balconcillos de los Gaitanes, los hoy conocidos mundialmente como Camino del rey.

Se han dicho verdaderas barbaridades a este respecto, desde "...una obra efectuada a principios del siglo pasado por capricho del rey Alfonso XIII"[1] o "Cuentan que fue construido para que el rey Alfonso XII (sic), visitara las obras del pantano del Conde de Guadalhorce"[2]. También: "Fue construido a principios de siglo para que visitara el paraje el entonces rey de España Alfonso XII (sic)".[3] Otra: "Se trata de una pasarela adosada a estas paredes que se construyó expresamente para que Alfonso XIII pudiera visitar las instalaciones de la presa del Conde de Guadalhorce cuando acudió a inaugurarlas..."[4].  Pero quizás la que llama más poderosamente la atención, por extravagante, es sin duda la que afirma: "El caminito del rey es un enclave natural de gran belleza, que fue inaugurado en 1921 con motivo de la visita del rey Alfonso XIII a la central Eléctrica del Chorro. Un itinerario que realizó a caballo"[5].

Hay muchas más referencias escritas y publicadas, pero por no insistir más en este asunto, valgan estas "perlas" que hemos visto como muestra.

Dicho lo anterior, aún hoy, que ya se ha escrito, divulgado y difundido mucha información, quedan lagunas de como fue el viaje de Alfonso XIII a estos parajes del pantano y del Chorro, ya que la investigación exhaustiva en archivos, bibliotecas y hemerotecas no paran de revelarnos nuevos datos.

Aquí trataremos de relatar todo el recorrido que hizo el Monarca desde que llegó a Gobantes procedente de Madrid, vía Córdoba, el embarque en la cola del embalse a la Casa de Administración donde se le ofreció un almuerzo, vuelta a embarcar con destino a la presa, recorrido de esta, colocación de la última piedra, bajada hasta la cola del pantano del Gaitanejo, presa del Gaitanejo y por los Balconcillos hasta la Cueva del Toro y desde este sitio, tras cruzar el puente del mismo nombre, en ferrocarril al Chorro, casa de Benjumea, visita a la Central Hidroeléctrica Salto del Chorro, colocación de la primera piedra de los canales de regadío del bajo Guadalhorce hasta que subió de nuevo en el tren en la estación del Chorro con destino a Pizarra, al palacio de los condes de Puerto Hermoso donde pasarían la noche, para reanudar viaje al día siguiente a Málaga.

La obra del pantano del Chorro, proyecto del ingeniero de Caminos Rafael Benjumea, demandaba que una alta personalidad inaugurara su magnífica obra y que más alta personalidad que el rey Alfonso XIII, acompañado del ministro de Fomento Juan de la Cierva para llevar la riqueza de las aguas a los regadíos del bajo Guadalhorce, por medio de los canales cuya primera piedra de construcción colocó el Monarca en El Chorro.



[1] Alfredo Merino, 2010 "Cien clásicas de España, (Escaladas imprescindibles)" Ediciones Desnivel, Madrid.

[2] Revista "Málaga" Área de Juventud del Excmo. Ayuntamiento de Málaga, 1997

[3] La Opinión de Málaga, 29 de mayo de 2002

[4] Diario SUR, 20 de enero de 2012.

[5] Málaga Hoy, 9 de enero de 2010