miércoles, 18 de enero de 2023

Sierra de la Torrecilla. Ventas de Zafarraya

ASCENSIÓN Y TRAVESIA DE LA SIERRA DE LA TORRECILLA (Ventas de Zafarraya, Granada) He cruzado en multitud de ocasiones el polje o los llanos de Zafarraya, ya desde el puerto de los Alazores, ya por el Boquete de Zafarraya, en dirección a Alhama de Granada o viniendo de esta población y siempre, siempre me ha llamado la atención esta montaña. Montaña humilde en medio de estas vastas llanuras sembradas de hortalizas, o bien, según le toque a cada parcela, en barbecho. No deja de ser un mogote de roca calcárea, una “chincheta” en medios de estas llanuras, pero de una atracción poderosísima. Es una montaña cuasi perfecta, emerge de una llanura y remata su redondez elíptica a 1.328 metros de altitud, allí donde la señal cilíndrica geodésica y la caseta - observatorio de la prevención de incendios que existe en su cima marcan su cúspide. Contemplar desde aquella altura toda la extensión de este accidente geomorfológico es extraordinario, desde esta atalaya se descubre, a vista de pájaro, todo el polje de Zafarraya. Y llegó el día en el que me dispuse a visitar, de nuevo, los llanos de Zafarraya e intentar, por segunda vez, la ascensión a esa montaña de la Torrecilla. Recuerdo que la anterior vez que lo intenté todo quedó en eso, en un vano intento, un sinfín de veredas, que la mayor parte se perdían en medio de la espesura del matorral de monte bajo y de vallas, tanto de las denominadas “cinegéticas” y de las otras de alambre de púas me persuadieron de seguir con mi intento de ascender a esa montaña, así acabé en la venta de la Alcaicería con un vaso de vino mosto de la Contraviesa pegado al calor de la gran chimenea que tienen allí, pues en estas tierras, en invierno, hace un frio que pela. Pero ahora iba a ser distinto; un planteamiento nuevo, unas consultas a internet y un estudio de la hoja catastral a 1:25.000 del Mapa Topográfico Nacional, hoja 1040-I, correspondiente a la hoja de Zafarraya, me permitieron trazar una nueva vía de ascensión a la montaña: dejaría el coche junto al cortijo de la O, desde allí y siguiendo, más o menos los mojones que delimitaban los términos municipales de Zafarraya y Alhama de Granada me llevarían a la cumbre de la montaña. Salí de Málaga temprano, por la autovía de Almería hasta Vélez Málaga y desde allí por la carretera de Alhama de Granada, hasta el Boquete de Zafarraya donde está la población de las Ventas. Pasado el pantano de la Viñuela, cada vez más seco por mor de la pertinaz sequía y de los excesos de regadíos de los productos subtropicales que se han multiplicado hasta la saciedad por estas montañas y campos, otrora plantadas de olivos, almendros y algunas que otras cepas de vides está en un estado de casi seco total, lo nunca visto al decir de algunas personas con las que tuve ocasión de hablar en una de las paradas que realicé para tomar café en el cruce de la carretera de Riogordo. Al poco de continuar comienzan las cuestas, no en vano vamos desde el nivel del más hasta cerca de los mil metros en que se encuentra el “Boquete”. En una de estas revueltas se pueden ver, a la izquierda, lo que queda del castillo de Salia, apenas un lienzo de muralla y dos torres que si alguien no lo remedia tienen los días contados. El castillo se cree que es de origen fenicio, y más tarde reconstruido habitado por los árabes y reconquistado por los Reyes Católicos en 1485. A la derecha, al otro lado del valle del río Cárdenas se alza la población de Alcaucín en las faldas de sierra Tejeda. Carretera arriba se pasa ahora por denominados “Caracolillos” una serie de curvas muy cerradas que remontan el valle, dejando a la izquierda los grandes desniveles de la Mesa de Zalia, “la Ofiusa malagueña”, tal como la denominó el abogado e investigador malagueño Manuel Laza Palacios, se cree que en la gran explanada de su cima estaba la población de Zalia, que fue castigada con una plaga de serpientes por negarse sus habitantes a dar cobijo a un obispo y a su corte que venían de Granada camino de Málaga, desde entonces la leyenda la cita como “Zalia, la ciudad maldita”. Hasta que una recta me acerca hasta el collado o puerto que da paso a los llanos de Zafarraya, a través de su famoso Boquete de Zafarraya. Llegado al puerto, que se alza a 910 metros de altitud, entre las moles del cerro de las Cuevas al oeste y el cerro Morrón de la Cuna hacia el este, este paso fue llamado en la antigüedad Las Puertas de Zalia. Paso por debajo del puente que delimita las provincias de Málaga y Granada, por el cual pasaba el tren de cremallera procedente de Málaga y término en las ventas de Zafarraya. Esto me hace recordar viejas lecturas de los viajeros románticos del siglo XIX, como el realizado por Gustavo Doré y Charles Davillier en 1862 en su “Viaje por España. Por tierras de romances y bandoleros”: “… pero cuando empezamos a trepar por las pendientes de la sierra Tejeda, el camino se iba haciendo cada vez más odioso y abominable. Nuestras mulas hacían a cada paso verdaderos prodigios de equilibrio, rodando de vez en cuando en medio de montones de piedras de todas las formas y tamaños y negándose algunas veces a avanzar, como si se hubiesen propuesto justificar su proverbial reputación.” La antigua vía del ferrocarril ahora es una pista que recorren los excursionistas. Por aquí y remontando la pendiente sur de la mole recosa de la vertiente oeste del Boquete, se llega a las cuevas de que allí existen, destacando la denominada “Cueva de Zafarraya” donde se han encontrado restos óseos de homo neandertalensis, de una antigüedad estimada en unos 35.000 años, destacando una mandíbula inferior en perfecto estado de conservación. Atravesé toda la población de Las ventas hasta el kilómetro 51 para seguir por la carreterita local A-4155 en dirección norte, que bordeando toda la montaña llega a Alhama de Granada por la que también se la conocía como “Vereda a Fuente Pilas”. Aparqué, como ya ha quedado dicho, en el cortijo de la O, cerca de la linde de las poblaciones granadinas de Alhama de Granada y Zafarraya, cuidando de no entorpecer el paso a un depósito cercado al cortijo. Me calcé mis viejas botas de montaña, cuyas suelas y estado general están pidiendo urgente relevo, metí en mi mochila agua y algo de comida, así como el mapa de la zona; mapa de papel, de los de siempre. Aún no me hago a las nuevas tecnologías de gps y otros artefactos modernos y comencé el penoso ascenso a la montaña. Este transcurría por un terreno muy difícil, se trataba de una zona muy karstificada y las pocas veredas que adivinaba pasaban por un lapiaz cuyas rocas, más parecidas a cuchillos, amenazaban una y otra vez con hacerme perder el equilibrio. Hubo algunos momentos que casi los consiguen, gracias a mis bastones, los cuales ya no me pueden faltar en estas salidas a la montaña, lograba recuperar la verticalidad. Me encontré con una valla, pero mirando un poco, descubrí una especie de puerta. La abrí y tras cruzarla la volví a cerrar, y la dejé tal como me la encontré. La subida se fue haciendo más y más tortuosa, ya no tanto por el terreno por donde pisaba, sino por el gran desnivel que la pendiente de la montaña iba adquiriendo, pero poco a poco iba superando aquellas empinadas cuestas hasta llegar a un tramo un poco más amable, la pendiente se suavizaba algo dando un respiro a las piernas y sobre todo a mis castigadas rodillas. Un breve descenso y de nuevo se empina la ladera de aquella montaña, llegando a una especie de arista dónde sobresalían algunas peñas verticales y algunas raquíticas encinas. Aquí el terreno se aplaca un poco, pero por corto trayecto, la alegría dura poco. En un centenar de metros el camino vuelve al desnivel del principio, aunque más fatigoso, el lapiaz se afila aún más si cabe, dar dos pasos seguidos es complicado y se hace muy lentamente si no quiero torcerme un pie o algo peor: “cascarme” una rodilla. Otro promontorio y ya parece que la cumbre está cerca, a la vista, allá al fondo y sobre un promontorio se ve una caseta de ladrillos y metal con grandes ventanales. ¡Por fin la cumbre! La tan deseada cumbre. Pero aún debo saltar una alambrada ¿otra? Para pasar dentro de la zona donde se encuentra la caseta de vigilancia, me cuelo en el recinto vallado de la zona de observación. Abro la puerta que solo está protegida por un pestillo y me meto en ella. Aquí la temperatura sube exponencialmente, del frio del exterior que es de ocho grados, a aquí dentro que sube a catorce. Es una estación de vigilancia contraincendios, dotada de radio de comunicaciones o por lo menos así se ven los dispositivos para conectar alguna radio. La vista que se alcanza justifica plenamente la existencia de este puesto: toda la masa forestal de las vertientes norte de las sierras de Tejeda, Alhama y parte de la de Almijara, queda controlada desde aquí. He cumplido mi sueño de subir a esta montaña que tanto me atraía desde que la vi por primera vez, y ha merecido la pena. Las vistas son excepcionales y el paisaje es de esos que se te meten dentro y son difíciles de olvidar. Mira que esta montaña, tan pequeñita y aparentemente tan insignificante no parece tener la esbeltez y la altitud de otras de su entorno y menos estando frente a los más de 2.000 metros de la sierra Tejeda, pero a mí siempre me ha llamado la atención y hoy por fin puedo escribir esto desde su cumbre, sentado en una silla y apoyado en una mesa que es el mobiliario del puesto de vigilancia. También hay una chimenea, que se ha de agradecer en los días mas duros del invierno. La mesa y la silla se ve que han tenido días mejores, las pobres presentan un estado que deja mucho que desear, aunque el peso de una persona aún lo aguantan bien. En la chimenea hay restos de troncos quemados, alguien se calentaría con ellos, fuera, hay más leña para combatir los días más fríos. Reviso los ventanales y veo que una de las ventanas no cierra bien y no quiero dejarla así, pues en caso de lluvia, si esta llega, podría anegar todo el interior de la edificación, así que la reparo y la dejo bien cerrada. Me quito la chaqueta de montaña y me quedo en camisa, la temperatura aquí dentro es muy agradable, la silla, la mesa y el grandioso paisaje que se ve desde los ventanales es impresionante. Esta sierra del cerro de la Torrecilla se alza como una isla geológica en medio del gran polje de Zafarraya, de blancas calizas pisolíticas de época liásica del periodo jurásico perteneciente a la Unidad de Zafarraya. El karst lo compone un incipiente lapiaz cuya erosión dificulta sobremanera el caminar por esta montaña, pero la travesía, para llegar a su cumbre, compensa enormemente las dificultades que tiene caminar por estos terrenos. Como digo, el panorama que se observa desde aquí es espectacular, abarca una vista de 360º. En los propios cristales de los ventanales, escrito en tinta roja, los accidentes y cotas más importantes que se divisan desde este portentoso otero. Al fondo, al sur y oeste el enorme e importante, para la economía local, polje de Zafarraya, al suroeste La Torca de 1.500 metros, máxima altitud de la sierra de Alhama; a su lado, hacia el este La Umbría, de 1.325 metros, el puerto del Boquete de Zafarraya, frontera entre las provincias de Málaga y Granada, en la otra vertiente del Boquete se alza el Morrón de la Cuna y más allá la portentosa mole de la sierra de Tejeda con su coloso Maroma, techo de la provincia de Málaga y cierra la vista por el este las Tierras de Alhama. Hacia el noroeste destacan las sierras de Loja y Gorda con el cerro de Santa Lucía como máxima altitud de estas sierras, sobrepasando los mil seiscientos metros de altitud. En definitiva, el paisaje es grandioso, no me lo esperaba así, sin duda merece la pena el sufrimiento pasado de tanto sortear rocas afiladas del lapiaz, localizando veredas, que, dicho sea de paso, algunas se localizaban muy bien pues el ganado, a su paso, va dejando un rastro de tierras removidas muy fácil de seguir. Ya he dado cuenta de las viandas que llevaba, he descansado lo suficiente y me dispongo a salir de esta “burbuja” observatorio; antes, me he asegurado que la ventana que estaba algo estropeada quedara bien cerrada para evitar que entre el agua ¡cuando llueva! Salgo y cierro la puerta con su pestillo, encuentro en la valla una parte abatible, una puerta atada con cuerdas, esta esta en el lado este de la caseta y yo entre a esta zona por el oeste, siéndome imposible franquear el tajo que se abre hacia el sur, y la parte norte está protegida por una doble valla que no sé dónde puede terminar. Ahora la salida es mas fácil: los mismo que abrí la puerta la vuelvo a dejar bien cerrada. Me encamino hacia el cilindro del punto geodésico que está como a unos 150 metros de la caseta, llegar a él me ha costado, pues he tenido que sortear numerosas lajas calcáreas verticales que hacen muy difícil caminar por esta superficie. Hago algunas fotos y desde esta atalaya estudio el terreno para iniciar el descenso. Veo, allá abajo, hacia el este, como sobre un pequeño otero sobresale un punto blanco, es sin lugar a dudas un vehículo con el que habrán subido para algo. Me imagino que será de algún guarda o de algún excursionista que se ha aventurado a subir hasta donde está. Hay un carril que desciende desde la propia cumbre, me imagino que lo construirían para que el personal encargado accediera al punto de vigilancia de la cima pudiera subir con un vehículo todoterreno. Aprovecho la pista, que en este sitio se ve bastante en buen estado. Lo sigo para descender de la montaña, esta baja haciendo numerosos “zigzag” para superar las pendientes del monte. Ahora, más abajo descubro que el carril no estaba también como lo había visto al principio, este se presenta, en algunos tramos intransitable. No me imagino un vehículo, por mucho todo terreno convencional que sea, subiendo por este pedregal en que se ha convertido la pista. Hay muchos surcos originados por la erosión de antiguas escorrentías y grandes agujeros que se me hace difícil entender el paso de vehículo a motor por este sitio, según el estado de la pista parece ser que hace años que no se sube en coche al puesto de vigilancia de la cumbre. Dejo atrás las duras e intransitables curvas del carril y ahora el terreno se aplana un poco, llega a la horizontal y la marcha se hace más amable, este sitio, según mi mapa se denomina Collado del cortijo de Bacarra, sin duda haciendo alusión a unas ruinas de un cortijo que he visto a la izquierda del carril. Después de un rato de caminata, descubro sobre un pequeño cerro una cruz metálica, sin duda este es el nombrado Cerrillo de la Cruz, que aparece en mi hoja catastral y como a unos 200 metros sobre el lapiaz descubro, sorprendido, una furgoneta de color blanco. Me acerco a ella pues no doy crédito, ni me puedo imaginar como ha llegado a este lugar. El terreno es muy pedregoso, ya he dicho que estoy en medio de un lapiaz, no hay carriles ni caminos a más de 300 metros a la redonda del vehículo por lo que difícilmente puedo entender como ha llegado aquí este vehículo. El estado que presenta es lamentable, está abollada y le falta el motor, sin embargo, conserva intactos todos sus cristales, tanto los de las puertas como el parabrisas. En la parte trasera conserva la placa de la matrícula, esta deja ver las letras “MA”, que pertenece a Málaga, los números son apenas legibles y la letra de serie es la “C” por lo que sería una furgoneta matriculada en Málaga en el año 1973. Me asomo al interior y puedo ver un colchón en muy mala condiciones. Seguro que la furgoneta se ha utilizado de refugio alguna vez. Hago unas cuantas fotos y abandono este cerrete donde están la cruz y la furgoneta abandonada con la duda de cómo ha podido llegar hasta aquí, a casi mil metros de altitud, este vehículo. Desde un otero escudriño el paisaje para estudiar qué camino tomar, pues no me quiero desplazar demasiado hacia el este, pues para volver hasta donde tengo el coche me costaría una buena caminata de vuelta, que ya de por sí me va a costar, pues la cumbre se ha quedado muy al oeste de donde me encuentro desde que comencé el ascenso de esta montaña. Descubro una vaguada, donde aparecen unas rodadas de vehículos y que toman la dirección que quiero seguir, al menos durante algún trecho. Esto hace el camino muy cómodo de seguir pues no me afecta nada el matorral de monte bajo que a esta altura de la montaña abunda por todos lados… Pero ¡ay! Mi alegría se disipa en cuanto observo que esas rodaduras que vengo siguiendo se dirigen demasiado hacía el este, justo a donde no quiero ir. Así que me aventuro a seguir la dirección sur que llevaba, aunque esto significaba meterme de lleno en el matorral de romeros, jaguarzos, lentiscos, tomillos y las temibles aulagas unidos al porte bajo de las ramas de las encinas hace del camino un suplicio; pero que la vamos a hacer: esto es parte de la montaña y así debe ser. ¿Quién ha dicho que el subir montañas era fácil? A la penosidad de ir esquivando matorral y ramas de encina se une un nuevo contratiempo: una valla metálica, una alambrada ¿otra? Sí señor otra y van… ¿Quién dijo aquello de ponerle puertas al campo? Pues bien, el campo tiene puertas y cada vez más. Aunque puertas, lo que se dice puertas tiene pocas, lo que más abunda son la vallas, las hay de todo tipo: las llamadas “cinegéticas”, de alambre de espino -estas son las peores de cruzar- y los denominados “pastores eléctricos”. En fin, que sí, que sí le han puesto puertas al campo y vallas, muchas vallas. Como digo, sigo la alambrada para localizar un sitio, o algún resquicio para poder pasarla, ya que puerta no veo por parte alguna, esto me lleva a seguir avanzando hacia el oeste. Voy avanzando por en medio del matorral que se va turnando entre las punzantes aulagas y los altos tallos de los matagallos o jaguarzos, sorteando, así mismo, las ramas bajeras de las encinas. Veo que me encuentro en la vertical, justo debajo de la mismísima cumbre de la Torrecilla en medio de una vaguada y es aquí donde descubro que la valla está rendida, sin duda por el paso de alguien que como yo iba buscando saltarla. Con cuidado obligo al alambre hacia abajo, paso una pierna y después la otra, no sin trabajo, logro pasar al otro lado. Sigo ahora en dirección sur por la vaguada en medio de un bosque de encinas y monte bajo resecado por la pertinaz sequía que estamos sufriendo lo que me dificulta la marcha al estar tan resecos los tallos de las aulagas, los romeros y los jaguarzos. Ya en esta época del año este bosque debería estar húmedo y el suelo tapizado de verde hierba, pero la realidad es que el terreno está sumamente reseco y no se aprecia el menor brote verde por ningún lado. No es normal como está la montaña en esta época del año. Las aulagas me laceran las piernas, los espinos majoletos tiene las ramas muy bajas y a veces me cuesta pasar por debajo de ellas cuando no tengo posibilidad de rodearlas; otros matorrales como los romeros son más llevaderos y al menos el aroma que desprenden sus hojas me hacen más llevadero la bajada de esta montaña. Por fin se ve algo más cercano el llano, poco a poco voy dejando la montaña y acercándome a las tierras de labor. Una última alambrada ¿otra? me impide el paso, pero esta está muy vencida y medio destruida, se ve que no soy el primero que trata de salir por este sitio. Al otro lado hay muchos tubos de esos de riego por goteo desechados, al saltar la valla me enredo con algunos y no me doy cuenta de un hierro que sobre sale de entre ellos y me hiero en una pierna, menos mal que solo ha sido una herida superficial, sin otras consecuencias que un profundo dolor, que poco a poco va remitiendo. Maldigo una y mil veces las cantidades de vallas, alambres de espinos y la basura de materiales de labor inservibles tirados por cualquier sitio. Por fin llego al llano, a la tierra de labor. Descanso un poco para curarme la pequeña herida de la pierna que me ha causado el hierro de entremedio de los tubos, aprovecho para mirar que camino seguir para regresar a donde dejé el coche esta mañana, pues desde el lugar en que me encuentro se abren varias posibilidades, una de ellas parece un camino que va pegado a la sierra y lleva buena dirección al lugar del cortijo de la O, pero según el mapa que llevo, este parece que se corta y habría que seguir campo a través, quizás por tierra de labor, cosa que ni a mi ni a la gente de estos campos le haría mucha gracia. Así que me decido por una pista que sale completamente recta en dirección sur atravesando tierras de labor, así aprovecho para ver los diferentes cultivos de esta zona, aunque veo que hay numerosas parcelas en barbecho y otras, que se según se aprecia por los numerosos restos que han quedado esparcidos sobre el terreno, recolectaron toda la plantación hace poco, que según los restos que quedan fueron de coliflores, al menos en esta zona. El carril por donde voy caminando recorre unas tierras recién labradas y perpendicular a la montaña que acabo de bajar. Este me lleva a una carreterita, pequeña, pero asfaltada que desemboca a su vez en la C-340, carretera de Ventas de Zafarraya a Alhama de Granada. La carretera se me hace interminable, estoy deseoso de llegar al cruce de las Ventas con la carretera que me lleva al cortijo de la O, donde dejé el coche para comenzar mi ascensión a la montaña. Poco después de este cruce, recuerdo que había un bar, donde hice parada otras veces que pasé por aquí, pero cuando llego al tan ansiado bar, donde tenía intención de descansar y tomarme unas cervezas ¡Ay, mi gozo en un pozo! el bar está cerrado. No tengo más remedio que seguir hasta el comienzo de mi caminata esta mañana. Para llegar a mi coche sigo atravesando tierra de labor, pero ya solo quedan los restos de las cosechas: tomates, coliflores, calabacines y otras hortalizas revueltas con plásticos y cañas que sirvieron para los diferentes soportes y restos de vegetación mustia y seca. Por fin llego al cortijo; inmediatamente me quito las botas y me coloco las zapatillas y mis pies vuelven a resucitar, que alivio siento después de la paliza que me he dado y no solo en la montaña, además del recorrido por las carreteras asfaltadas que ha sido lo que ha machacado sobre manera mis doloridos pies. Ahora sí, ahora ya en el coche me acerco a un bar, el único que encuentro abierto, pues el que había en la gasolinera y que tantas veces había hecho parada, ahora es una tienda. Aparco frente a la entrada del bar que existe cerca del puente donde pasara el tren de las Ventas antaño, en pleno puerto del Boquete y que sirve de “frontera” entre las provincias de Granada y Málaga. Entro en el local, me acomodo en una de las mesas y pido un café. El vaso me calienta las manos y el café las tripas. Que agustito se encuentra uno y que reconfortante son estos momentos después de la paliza dada al cuerpo. Y como al comienzo fue Charles Daviller el que escalaba, junto a sus compañeros hasta el puerto del Boquete de las Ventas de Zafarraya, ahora lo hacía, pero, al contrario, William George Clark en su viaje de 1849 de Granada a Málaga: “Se ponía el sol cuando alcanzamos el puerto, un claro entre montañas, a través del que la carretera desciende haciendo curvas hasta la orilla de la misma mar…” Descanso un rato y de vuelta al llano, siempre se vuelve al llano. En un bar de Las ventas de Zafarraya, provincia de Granada. 22/11/22

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